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La educación: requisito para una nueva Evangelización

Sr. Marie Goretti NIZIGIYIMANA

“Nuestra aportación como Iglesia consistirá en primer lugar en la educación de la conciencia con vistas a una actuación responsable por la causa de la paz” (1)
“En efecto, sin actuar eficazmente en el hombre y la mujer de hoy, existe el peligro que lo que se construye caiga como una casa construida sobre la arena” (2)
La nueva evangelización se realiza a través de comportamientos nuevos y acciones adecuadas, que estén en grado de instaurar la mentalidad cristiana en nuestra región. Estamos llamados a erradicar de nuestros hermanos jóvenes y menos jóvenes el odio y la exclusión, para vivir el amor verdadero. En esto consiste la educación que es indispensable para la nueva evangelización.
Pero ¿Qué es la educación? Es un proceso permanente de verificación y desarrollo del ser humano en todas las dimensiones de la vida: física, biológica, espiritual y moral. Va, por tanto, más allá de la simple transmisión de saberes para traducirse en comportamientos y actitudes, en el saber hacer y en el saber ser. En otras palabras, la educación tradicional tenía como fin el forjar la personalidad con un cierto número de valores como la solidaridad, la vida y sobre todo la familia… Aunque este sistema presentase lagunas e inconvenientes, ha sido útil especialmente por esta unión entre el conocimiento y la vida práctica, entre la educación y los valores del grupo social.
Por desgracia, la crisis social que agita nuestro continente en general y nuestro país en particular, no ha respetado la institución familiar, de modo que ha abandonado esta noble misión educativa para confiarla totalmente a la escuela, que no podía, en ningún caso, sustituirla. Desde entonces persiste esta crisis moral, debida principalmente al olvido si no a la indiferencia hacia los valores que identifican la personalidad del hombre. Y la negligencia de la ética tenía que desembocar en una dejación a nivel de comportamientos y como consecuencia de desorden social. Digámoslo sin reticencias, lo que está en juego son los valores que deberían forjar y condicionar el rostro humano.
En la hora de la nueva evangelización, la Iglesia debe programar una educación integral a partir de las condiciones materiales, culturales y espirituales de sus miembros. Sería necesario por tanto, preparar agentes competentes capaces de asegurar esta promoción real de la humanidad. Pero ¿quiénes son estos agentes de la educación y cual sería el resultado de su actividad? Estas preguntas nos obligan a trazar el perfil del educador, de este Africano y de este Burundés responsable, capaz de restablecer una sociedad armoniosa.

¿Quiénes son los destinatarios de esta educación en valores?
La crisis que atravesamos no es una fatalidad; es más bien la consecuencia de una regresión progresiva de los referentes morales y de un oscurecimiento de la conciencia moral. Así todos somos responsables en distintos grados, de esta degradación de las costumbres. Por eso el proyecto de educación en los valores debe llegar a todas las personas en las diferentes categorías. La actuación eficaz en la renovación de la sociedad debe empezar por la recuperación de la persona humana.. La Iglesia como primera institución encargada de la educación de los pueblos, debe predicar la conversión a todos sus miembros. Tenemos una ventaja: los hombres y las mujeres de nuestra sociedad tienen sed de respirar la armonía y la mayor parte de ellos están dispuestos a comprometerse en la reconstrucción de la sociedad. Bastaría por tanto partir de esta disposición, preparando líderes capaces de promover a otros en todos los ámbitos de la sociedad. Todas las instituciones deben vigilar la identidad moral de sus miembros para ser en sus ambientes “sal de la tierra” para tantas necesidades.

¿Quiénes son los protagonistas de la educación en los valores?
La misión que compete al educador de hoy consiste en imitar a Cristo, bajado del cielo a la tierra para servir a los hombres. Si, el verdadero educador debe ser un servidor de la humanidad. Haría falta por tanto, redefinir la finalidad educativa adaptándola a esta misión. Juan Pablo II nos da las líneas fundamentales: “Además de la necesidad de dispensar una enseñanza de calidad, los enseñantes y los educadores deben esmerarse a formar en los valores morales y espirituales esenciales para toda la existencia humana y a ser ellos mismos testigos de Cristo”. (3)

Así el educador debe conocer los principales desafíos de hoy, que son de distintos tipos: económicos, políticos, culturales, científicos y técnicos y religiosos. En consecuencia, el educador cristiano debe ser profeta en el sentido total de la palabra. Debe ser portavoz de Dios a su pueblo con el que comparte las vicisitudes y las angustias del momento. Es alguien que vive la misma suerte del pueblo interpretando sus aspiraciones y sus esperanzas. En otras palabras, la profecía educativa significa llegar a comprender el momento presente, interpretar la crisis que vivimos con la mirada de Dios y los criterios del Evangelio, para emprender, con la fuerza renovadora del Espíritu, las vías y las opciones de cambio portadoras de esperanza. Por otra parte, la grandeza y la nobleza de esta misión educativa de cara a la nueva evangelización, no puede ser monopolio de una categoría privilegiada. Se trata más bien de los esfuerzos conjuntos de una colaboración muy activa de las instituciones de la Iglesia como la familia, la escuela, los Movimientos de Acción Católica, bajo la constante supervisión de los pastores de la Iglesia.
Veamos ahora los distintos cometidos de estos agentes de la educación.

I. La familia, lugar primordial de la educación
Juan Pablo II presenta la familia como la “primera estructura fundamental para una ecología humana, donde el hombre recibe las primeras nociones determinantes sobre la verdad y sobre el bien, donde se aprende lo que significa amar y ser amado y, en consecuencia, lo que significa concretamente ser persona” (4). Notamos que el Papa conserva una preocupación constante por el buen funcionamiento de la familia. Es desde esta óptica que se dirigió a los obispos de Burundi en estos términos: “Sed los animadores de la pastoral familiar en todas sus dimensiones: esto es un objetivo prioritario que hay que perseguir pacientemente por el conjunto de los agentes de pastoral” (5).

En efecto, es gracias a la institución de la familia que un ser humano se convierte en persona humana.. Es el lugar natural y primordial de educación y de humanización de los jóvenes. Sin embargo, es solo a través de la educación, que el joven se convierte en lo que está llamado a ser y su desarrollo psíquico se consolida. Por desgracia, hoy la familia es víctima de muchos asaltos que provienen de la mala asimilación de la modernidad que corrompe las relaciones sociales, de la extensión de los contravalores que siembran la cultura de la muerte. Digamos, en una palabra, que la familia en Burundi, como en toda África, sufre muchos problemas que debilitan si no paralizan su acción educativa y evangelizadora. ¿Y cual es el papel específico de la familia en la evangelización? Primero el amor vivido cotidianamente por los esposos refleja el amor incondicional de Dios por los hombres. Además, la familia cristiana debe jugar un papel importante en la evangelización en la medida en que los padres transmiten la fe a través de su vida conyugal y profesional, que constituye un testimonio evangélico. Por lo que ciertas expresiones para designar a la familia como “Iglesia doméstica”, “Iglesia en miniatura”, “Santuario de la Iglesia”, “Primera célula misionera” (6). Los numerosos problemas de la familia no deberían desembocar en un “dejar hacer” irreversible de los cristianos; las familias cristianas deben estar iluminadas por la moral cristiana, para saber dar respuesta a las exigencias de cada momento. Además, en la era de las exclusiones multiformes, la familia está llamada a consolidar el tejido social, especialmente reconstruyendo el valor de la fraternidad. En efecto, el amor constituye un clima indispensable y una condición para la educación y el desarrollo de sus miembros: es en el seno de una familia amante y unida donde los jóvenes aprenden los valores esenciales y el comportamiento cristiano. Es también con su estilo de vida iluminado por el Evangelio que los padres transmiten el valor de la fe y ponen a sus hijos en el camino de una existencia cuya referencia sean los valores humanos y cristianos. Así la familia sabrá formar el ciudadano de nuestro tiempo, testigo viviente de la caridad evangélica. Es en este sentido que la familia será siempre el vivero de las vocaciones religiosas y sacerdotales como dijo el Papa en Songa: “ La vocación sacerdotal o religiosa tiene su origen, las más de las veces, en la vida de fe, esperanza y amor de una Iglesia doméstica, o sea en la familia, bien inserta en la gran comunidad de la Iglesia… El futuro sacerdote necesita un ambiente apropiado, sobre todo del ambiente familiar para tomar conciencia de su vocación y empezar a dar respuesta”.
En pocas palabras, la familia está más que nunca solicitada por la invitación de Cristo “Sed mis testigos”. Con su testimonio, la familia se convertirá en signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Así, la familia realizará su finalidad esencial que consiste en dar la vida y en elevar a las personas humanas y prepararlas a cumplir su destino total.
Pero no obstante su insustituible papel en la educación, la familia no puede estar en grado de cubrir, ella sola, todas las apuestas de semejante misión.

II. La escuela, evangelizadora y formadora de un hombre nuevo
Como la hija del Faraón a la madre de Moisés, los educadores de la escuela sienten las familias, y la sociedad entera y la Iglesia les dice “tomad nuestros hijos y educadlos por nosotros”.

Pero ¿Qué modelo de hombre necesita África hoy? Esta pregunta debe volver incesantemente al espíritu del educador para orientar su misión. Entre los participantes de este foro, hay muchos enseñantes. Pensamos que tenemos un papel fundamental que desempeñar en nuestra sociedad para preparar el hombre nuevo digno de “los cielos nuevos y la tierra nueva”, que la nueva evangelización quiere instaurar.
Como decía San Juan Crisóstomo, vuestra misión comporta dos mandamientos: “cada día, mirar atentamente a los jóvenes” y “educar a los atletas de Cristo”. Obedeciendo fielmente este encargo, cumpliréis una de las misiones esenciales de la Iglesia, madre y educadora. Esmeraos pues, para que la educación de los jóvenes sirva al crecimiento de todos los hombres y de todo el hombre. Junto a la transmisión de los conocimientos científicos, estáis llamados a dar a cada uno la oportunidad de construirse la personalidad, la vida moral y espiritual.
Por tanto, la escuela debe ser para los educadores y para los educandos un lugar cordial, una gran familia educativa donde cada joven es valorado personalmente y respetado más allá de sus capacidades intelectuales. Además de la indispensable necesidad de ofrecer una enseñanza de calidad, los educadores deben comprometerse a formar en los valores morales y espirituales dando ellos mismos, testimonio de Cristo, fuente y centro de toda vida. Es esta educación integral la vía del desarrollo, de la promoción de la persona y de los pueblos, el camino de la solidaridad y del entendimiento fraterno.
De este modo, nuestros alumnos sabrán descubrir el sentido de la vida para conservar la esperanza. Hoy más que ayer, el mundo necesita vuestra fuerza y vuestra atención para recoger los retos de este inicio del tercer milenio. Pero no será posible cumplir este deber de modo conveniente, sin vivir intensamente a la luz del Evangelio. Si la escuela quiere responder a la llamada a la nueva evangelización, sus responsables están llamados a contrastar sus acciones cotidianas a la luz del Evangelio, a ser solidarios y a seguir fieles a su vocación.

Con la auto-educación, los jóvenes son los centinelas del futuro
No digáis nunca a los jóvenes que son el futuro de la Iglesia: nos solo los heriréis, relegando su presencia y su acción a un horizonte lejano, sino que cometeréis un grave pecado contra la verdad: los jóvenes forman parte del hoy de la Iglesia. Frente a los innumerables problemas y necesidades de nuestra región, tendremos que contar con vuestra natural generosidad. Tenéis un modelo de actuación en el relato del Evangelio de Juan 6, 1-13, donde se narra la preocupación de los apóstoles ante la multitud hambrienta. En el momento en que los apóstoles parecen renunciar: “mandémosles a la ciudad para comprar comida”, Jesús les pide el esfuerzo de ser ellos quienes les den de comer.

Y he aquí que un joven interrumpe la discusión para presentar sus cinco panes y sus dos peces. Una oferta insignificante a los ojos de la multitud, pero que es un gesto de rara generosidad ante el Señor que, parte de esta oferta para saciar a la multitud. He aquí por tanto un deber importante de nuestros jóvenes: convertirse, como el joven del Evangelio, en protagonistas generosos del cambio de nuestra sociedad y de la evangelización. Por esto, debéis tomar conciencia de vuestra riqueza, o sea de los talentos de entusiasmo, de valentía y de amor que Dios ha puesto en vosotros y que deben ponerse al servicio de los demás. Ante la amplitud del trabajo a realizar para hacer salir a nuestra sociedad de la multiforme crisis, debéis, en Cristo, creer en el futuro, aunque no sepáis cómo será.
No tengáis miedo, no seáis tímidos en comprometer vuestra vida por la paz, la libertad, la justicia, la verdad, la tolerancia, la solidaridad y los otros valores dignos de todo cristiano, porque el Señor os acompaña. Huid de la mediocridad, consagráos a los ideales que ennoblecen, en vez de lamentarse en la insignificancia y en la desesperación. Podréis objetar que no tenéis suficiente peso para llevar vuestra voz de la Buena Noticia de la salvación pero, con espíritu de corresponsabilidad, en vuestras asociaciones, en vuestros movimientos, en vuestros colegios, podréis ser la sal de vuestra pequeña comunidad y de vuestro ambiente.
Sed conscientes de lo que sois, no para excluirse recíprocamente, sino para enriquecerse y complementarse. Así sabréis llevar al mundo el sabor de vivir la fraternidad universal, capaz de crear un clima de justicia y de paz. Veréis que esta misión es magnífica, también delicada y llena de responsabilidad.
En esta época tan misteriosa y atormentada, sabed que el mundo espera mucho de vosotros para eliminar finalmente el odio y construir la civilización del amor. Tenemos confianza en vuestra determinación a comprometeros en la salvación del hombre contemporáneo. Y, en cada cosa, sabed que Jesús es la única verdad y la única luz de quien debemos fiarnos. Custodiadla en vuestras manos para que no se apague. 
Si tenéis siempre como referencia la Buena Noticia del Evangelio, vosotros mismos seréis la sal y la luz del mundo.


II Encuentro Continental Africano
SEREIS MIS TESTIGOS EN AFRICA. Realidad, retos y perspectivas para la formación y la misón de los fieles laicos. La aportación de la Acción Católica/2 – Bujumbura, 21-25 de agosto de 2002

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